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«La borboleta»

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Marcos estacionó su auto nuevo frente al bar Imperio, y vio por la ventana que da a la calle, que ya estaba esperándolo Sofía. Se bajó despacio, intentó ordenar su cabeza y no parecer agitado. Pero lo estaba.

Ella ya estaba tomando su café cuando él entró y se dirigió a su mesa. La saludó con un beso en la mejilla y se sentó a su lado. Ella le tomó las manos, el dejó que ella lo haga, pero no reaccionó a ese gesto.

-Mira Sofía, no sé cómo decirte esto. Es muy difícil para mí, pero siento que debo decirlo.-dijo Marcos sin mirarla a los ojos.

-Lo que sea que tengas para decirme, dilo-respondió ella sorprendida aún por ese beso en la mejilla y por la cara que traía Marcos.

Marcos comenzó a hablar y ella no pudo evitar sus ojos húmedos. Se habían conocido unos meses atrás, cuando ella bailó para la fiesta de fin de año de su academia de danza. Marcos estaba allí y creyó verla flotar en el escenario, pero no metafóricamente. La había visto flotar en serio. Sus pies se habían despegado del suelo cuando aquella canción triste comenzó a sonar. El resto de las bailarinas se desplazaba con mucha destreza sobre el escenario, pero Sofía flotaba. Allí fue cuando Marcos recordó lo que su amigo Gilberto de Brasil le había contado una noche de fogata en la playa de Ipanema, en Río de Janeiro.

-Existe una clase de mujeres que cuando bailan, flotan en el aire. Las llaman “Las Borboletas”. Son únicas en su especie, no tienen alas pero pueden volar. –Había dicho Gilberto entre tragos y cigarros.

Marcos no se había interesado mucho en el tema, pero aquella noche de fin de año, estaba viendo a una de ellas. Estaba convencido.

-Mira Sofía, creo que lo nuestro es imposible. Comenzó muy bien nuestro romance pero no podemos seguir juntos. Tus giras y mi trabajo hacen que nos veamos cada vez menos, y no es justo para ninguno de los dos. –mintió él, en la mesa del Imperio, sin confesarle que estaba decepcionado, por no haber encontrado a esa borboleta que tenía en su cabeza. Aquel ser, que según Gilberto pocas personas pueden llegar a conocer, y que si lo hacen, solo conocen a una en toda su vida.

Marcos había revisado la espalda de Sofía todas las noches que durmió en su casa, y no había encontrado indicios de alas o algo parecido a la altura de sus omóplatos. Tampoco la había visto flotar más desde aquella noche con esa canción triste como compañía.

Sofía ya le había soltado las manos, y con un pañuelo secaba sus ojos. No decía nada. Ni lo feliz que se había sentido todos esos meses cuando desde arriba del escenario ella bailaba y veía a Marcos sentado en las primeras filas. Ni cuando le regalaba una sonrisa enorme al terminar el baile y él, la esperaba abajo. Tampoco le dijo que habían sido los mejores meses de su vida, después de haber pasado años de tristeza y soledad, ni tampoco le confesó que sentía que esta vez era para siempre. Solo atinó a callar. Y un dolor muy profundo comenzó a crecer en su interior.

Cuando Marcos dio por terminada la charla, volvió a saludar a Sofía con un beso en la mejilla y sintió la humedad de sus lágrimas en su propio rostro. Sintió una especie de pena por ella, pero él no se sentía culpable. Sofía no era una Borboleta y eso no tenía otro destino para él, que no fuese el que acababa de comunicarle. Cada uno por su lado y listo. Pago el café y se marchó.

Salió del bar agitado, casi como había llegado, subió a su auto y mientras lo hacía arrancar, Sofía salió a la vereda y comenzó a caminar hacia la esquina. Cada vez más rápido, acelerando el paso como si alguien la persiguiera, como intentando escapar de esa burbuja de ilusión que habían sido esos meses de felicidad al lado de Marcos.

Marcos pasó a su lado con el auto y siguió por la misma avenida, Sofía al llegar a la esquina, ya casi corriendo, doblo a la izquierda. El auto se iba haciendo cada vez más pequeño cuando lágrimas inmensas como gotas de lluvia cayeron de los ojos de Sofía, quien se elevó unos centímetros del suelo y se marchó flotando hacia otro destino.

Fuente: Alejandro Bustos Chesta

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