Durante el año pasado (2019) visitó Villa del Rosario, Juan Saavedra. Llegó de la mano del productor-mánager Enzo Arguello, y fue al taller folclórico “Nunca es Tarde” para compartir su saber y su experiencia. Con motivo de su cumpleaños rescatamos algunas imágenes de dicha visita y sus declaraciones en un medio nacional.
El bailarín santiagueño Juan Saavedra goza de una extraña juventud. Un aire salvaje surca las huellas de su rostro de 77 años, cumplidos el pasado 26 de septiembre.
La mirada profunda y la voz gastada templan a ese hombre antiguo de una sola pieza, con la consistencia de un algarrobo.
Entre sus discípulos, una cofradía cada vez más amplia a lo largo del país, se dice que es el mejor.
Sin establecer niveles de competencia, su danza ha generado una ruptura tan importante como la que en su momento provocó a nivel coreográfico Santiago Ayala, «El Chúcaro», de cuyo ballet llegó a ser primer bailarín. Nada más que a su forma de bailar se añaden otros condimentos.
En sus talleres, no sólo se escuchan chacareras y escondidos, sino también música electrónica y power metal.
Se cruza la filosofía oriental con el agradecimiento a la madre tierra. Una fusión de estilos y creencias que conforman su baile y su enigmática personalidad chamánica.
Algunos lo ven como un maestro de la vida o un gurú de un nuevo camino para las danzas nativas. Otros dicen que sus atributos vienen de pactos con la Salamanca. Que practica la magia y que sus saberes los extrae del monte.
Cierto o no, cuando baila el ambiente se carga de energía a su alrededor. Y sus movimientos etéreos generan la sensación visual de que sus pies se deslizan cinco centímetros sobre el nivel del suelo.
Juan Saavedra nació en Santiago del Estero, en un barrio que se caracteriza por proyectar los mejores bailarines de la zona. «Así como hay barrios de profesionales, artesanos, futbolistas o albañiles, yo vengo de un lugar donde todos son musiqueros, bailarines. Tengo un linaje de bailarín». Su hermano mayor, Carlos Saavedra, fue el maestro: «Carlos ha impulsado esto del baile en nuestra familia. Él ha sido un zapateador y creador constante. Un bailarín de mucha verdad y esencia. El mismo era la tierra». Sus sobrinos Koki y Pajarín, con su compañía de Nuevo Arte Nativo, también forman parte de esta dinastía de la danza nativa. «Ellos han hecho un gran trabajo que ha creado otra ruptura en la danza nuestra», dice Juan, orgulloso de sus sobrinos.
El bailarín vivió 17 años en París, donde estudió danza contemporánea y se impregnó de las nuevas tendencias, como la de Pina Bausch; compartió noches de juerga con gitanos y africanos, y jornadas de resistencia junto a los argentinos exiliados por la dictadura militar. Formó junto a otros bailarines la célebre compañía Los Indianos, por la que pasaron artistas como Jaime Roos, Gustavo Beytelmann, Juan José Mosalini o el «Chango» Farías Gómez. Cuando regresó al país conformó Los Santiagueños, junto a Peteco Carabajal y Jacinto Piedra, en los años ochenta. En los noventa comenzó a formar sus talleres, donde forjó sus nuevas técnicas y su estilo de fusión etno-contemporáneo. En Santiago del Estero, donde vive sus días de bailarín y coreógrafo, formó la compañía Raza y casi no da clases. Pero su figura se mitificó con los años por sus participaciones espontáneas y mágicas en conciertos de músicos del interior.
En un reportaje con LA NACIÓN, dejó los siguientes conceptos:
-¿Tu estilo es una cruza del monte con todo lo que absorbiste en Europa?
-Cuando nosotros comenzamos a bailar, a la vez estudiábamos distintas técnicas, y eso nos fue dando una mayor amplitud para interpretar la danza nativa. Por un lado, queremos mucho lo que nace espontáneamente, lo que se hereda, la transmisión de la tradición que es hermosa. Cuando se malinterpreta la tradición y se la fija, ya no es, ya no tiene dinámica. Entonces, sobre lo que nosotros hemos reflexionado era acerca de esa posibilidad ilimitada que tiene el movimiento y la danza folklórica. Hemos conjugado un estilo libre y de improvisación, con esquemas tradicionales, porque todos los elementos y los opuestos se ayudan muchísimo.
-¿Te sentís un bailarín de ruptura para las danzas nativas?
-Con el tiempo me he dado cuenta de que he creado una ruptura grande, pero primero se ha creado en mí. Antes de volver de París, estando en soledad, aislado de todo, he aprendido la danza del silencio con músicas muy diferentes. Y ahora, mirando para atrás ha quedado una apertura muy fuerte, que ha incentivado a muchos bailarines para que se expresen con libertad. Me alegra que así sea. Lo que no tengo es el sentimiento de único, porque tengo presentes al «Chúcaro», un genio, y a mi hermano Carlos, que era todo luz. Pero agradezco a todos los bailarines que han osado experimentar conmigo y crear un nuevo tipo de movimiento, así como a todos los grandes bailarines simples que nos inspiran. Se aprende de todos.
-¿Sos consciente de que la gente dice que sos como un brujo cuando bailás?
-Yo mismo no lo puedo saber, pero mucha gente dice eso. Habla constantemente de si tengo relación con la salamanca. Eso no se lo sacás de la cabeza a mucha gente en Santiago del Estero. Muchos piensan que soy estudiante de magia o que hice algún tipo de pacto.
-¿Y algo de eso hay?
-Vos sabés que hay como duendes, como energías sutiles que me amparan y hacen que mi luz interior se proyecte a la hora de bailar. El baile es algo invisible y nosotros somos quienes lo transmitimos, entonces siempre se genera algo emocional. Pero a la vez tuve problemas con esto que se dice de mí. Una vez se generó una psicosis en mi lugar porque me relacionaron con cierta entidad «espiritual» llamada «el petiso». Durante mucho tiempo la gente me miraba raro. Hasta los amigos me decían: «Che, Juan, decime la verdad, ¿que pacto hiciste?» Algunos también me tenían como un sanador. Otra gente ha salido cambiada de nuestros talleres, pero yo pienso que es el amor y las energías los que asisten. Lo digo con todo respeto. He leído sobre los chamanes. Siempre me ha gustado ese camino, pero no para recibirme de maestro o iniciado, sino simplemente porque es maravilloso.
-¿No pensás que iniciaste este camino chamánico a través del baile?
-He seguido sus sugerencias, sus consejos, y me identifico con esos maestros. Me parece un camino sin límites. Es reconocer la tierra como nuestra madre y el cielo como nuestro padre. Ser hermanos del gesto. Tratar de sacarnos todo lo que este sistema perverso crea en nosotros. A mí me parece que el proyecto humano es una obra de creación, son nuestros propios desequilibrios los que nos pueden llevar a la muerte, al odio, a las dictaduras, a la soberbia, a la pérdida de sensibilidad para matar a otro hermano, sojuzgarlo, tiranizarlo… ¿comprendés? Para mí, la gran revolución será la de la conciencia del alma…
-Charlando con Sixto Palavecino, me decía que él se había internado en el monte para aprender de la salamanca. ¿Hiciste esa experiencia?
-Varias veces me he metido en el monte, donde hay lugares que tienen poder y donde pueden asistir entidades. No es que eso te haga mejor bailarín, sino mejor ser, más sensible, más apto para disminuir la soberbia que tenemos y el ego que nos tiraniza. El monte nos ofrece el silencio, la posibilidad de estar atentos a la sorpresa, la belleza y no descuidar ese camino interno. En ocasiones el monte me ha purificado, me ha dado música, en otras me ha abierto la mente, me ha dicho ahí está, y sobre todo los guías bajan a estar con vos. Toda tu vibración cambia y en el aspecto corporal uno se va metamorfoseando. Hoy en día los movimientos los proyecto en otros bailarines. Yo estoy en la danza sencilla, en la poesía del movimiento y en poder hacer una metáfora de la realidad a través de mi cuerpo.
Fuente: Enzo Arguello – Gabriel Plaza – LA NACION