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Isabel Lagger: mujeres que hicieron historia

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En marzo, mes de la mujer, entregamos esta deliciosa charla con la escritora Isabel Lagger. Una vida dedicada con pasión a lo que hace, entusiasta, ávida de superación y conocimiento, en constante producción de arte en todas sus expresiones. En fin, una mujer que nos asombra permanentemente. En ella, nuestro homenaje a todas las mujeres.

Isabel, la niña

Nada más difícil que hablar sobre la propia identidad. Y mucho más complejo todavía, pintar a la niña que fuiste. ¿A cuál concedo mayor jerarquía? ¿A la de ojos curiosos y sonrisa amplia? ¿A la pícara que vendía los números de las rifas escolares con facilidad, y hasta se ocupaba de resolver el mismo problema de su hermana mayor? ¿A esa chica que jugaba con barro en las cunetas, chapoteando descalza luego de copiosas lluvias? ¿A la misma que armaba figuritas con la arcilla poco plástica que ofrecen los suelos santafesinos? ¿A la que construía casas, junto a sus hermanos, uniendo retoños de paraísos que brotaban generosos en el fondo del patio? ¿A la que, odiando la sopa, tomaba el zumo repugnante que preparaba su hermana en esas hermosas residencias verdes? ¿A la soñadora que subía a los árboles para imaginar universos extraordinarios? ¿A la que volaba por el espacio, en naves destartaladas, deseando siempre regresar a casa? ¿O se zambullía en aventuras de piratas y malandras, recorriendo selvas superpobladas de terribles fieras?

Millones de respuestas, que de algún modo contienen a la niña que fui, no alcanzarían para terminar de contarla. Las personas somos algo así como esos muñequitos del tiempo que traían viejos relojes: de un color si estaba lloviendo; de otro, si había sol. Un caleidoscopio singular que ilumina con secretos códigos la ruta que vamos abriendo al caminar. ¿Puedo elegir a una en desmedro de la otra? En absoluto. Somos multifacéticos, desconcertantes, alegres, porfiados, dinámicos. A veces, aferrados a ideas con fuerza impulsora y dispuestos a tragarnos el mundo con sus dificultades y gratificaciones. En otras, más frágiles que los juncos que azotan las tormentas. Eficaces y perdedores. Valientes y cobardes. Contemplativos o de acción.

Todos esos ingredientes pertenecen a la infancia de Isabel. Esa niña que no se resigna al olvido, que me asiste tantas veces en la vida, que me perdona errores o disfruta con mis logros.

Tuve, y tengo, una vida plena.

El primer libro, “La fuente de los sapos” – 1998

Escribo gracias a la lectura, que no hice de manera ordenada, formal, siguiendo pautas o consejos de otros. Surgió de mis gustos del momento, o del enorme deseo de zambullirme en universos diversos. Me interesó tanto leer sobre jardinería como de cerámica, pedagogía, novelas, poesías o teorías sociológicas. Una verdadera ensalada rusa que ayudó muchísimo en el oficio de escribir. En el patio de mi escuela primaria se levantó un día una casilla de madera, que durante meses nos llenó de intriga a los chicos que jugábamos en los recreos. Hasta que la vimos convertida en biblioteca. Un ámbito lleno de libros, tentadores todos, desde su tamaño hasta el color de sus portadas. Esa casilla, con marcada impronta inmigrante, fue un hermoso refugio en mis primeros años.

Si bien escribía alguna cosa antes de radicarme en Carlos Paz (1993), es desde que vivo aquí que me dediqué de lleno a hacerlo. Trabajar en el diario local fue mi laboratorio de ensayos, y terminada esa relación laboral, mantuve la exigente rutina produciendo textos de carácter literario. El desarrollo histórico de esta villa me sirvió de inspiración. Surgió así un grupo de relatos, que –convertidos en libro- recibió el nombre de “Historias sin apellido” (1998), con los que gané el primer premio del concurso instaurado por la Municipalidad, con el llamado Fondo Estímulo de la Producción Literaria. Simultáneamente, había escrito mi primera novela, “La fuente de los sapos”, (publicada también en 1998), inspirada en la vida del doctor Juan Bialet Massé. Los dos libros fueron utilizados como material de lectura en los colegios, para mi satisfacción. A partir de allí, me lancé a escribir de manera afiebrada por temor a que huyera la inspiración. Pero ella crecía, engordaba y exigía de manera inclemente, atentando inclusive contra mi descanso. Y surgieron muchas historias, variadas, emotivas, intensas. Tuve, además, la fortuna de haber sido premiada en varios concursos, no ya locales sino de otras provincias, un gran aliento.

¿Qué impronta debería tener un poeta para ser reconocido como tal?

No es fácil etiquetar los procesos creativos. La personalidad del escritor, su universo de creencias, el contexto en el que vive o la influencia de los acontecimientos del momento, darán tono a sus palabras. Para escribir novelas hay que investigar, siempre, y todo ese tiempo de lecturas extras no suele verse en el producto terminado, pero estará dando veracidad o sustento al relato.

Los poetas obran de modo diferente. Un poderoso flujo interior impulsa sus acciones. A veces, se acomoda ese fluir dentro de esquemas preestablecidos, y otras, cobra vida con total libertad de encuadre. Escribo poca poesía propiamente dicha, aunque mi narrativa contiene grandes dosis de lenguaje poético. No lo busco, surge así. La obra más extensa en este rubro fue “Cantata a Margarita Weild”, que surgió de manera espontánea, con melodías y todo. Y yo, que suelo corregir bastante mis textos, no obré de igual modo en ese caso.

¿Tiene alguien autoridad para asignar título de poeta a otros? Quien escribe, bien o mal, está ofreciendo lo que puede dar. Sus versos esconden latidos y palpitaciones, y si consigue generar una sensación parecida en quien lee, seguramente se sentirá poeta.

¿Tienes un libro que sea el más preciado de todos los que has escrito?

Cada obra responde a un tiempo emocional, a un estímulo determinado, a mis propios cuestionamientos e intereses. Vale aclarar que, mayormente, escribo novelas, de manera que tendría que hacer un proceso evaluativo profundo para elegir a uno sobre otro. ¿Qué pesa en esa elección? ¿La trascendencia que tuvo? ¿El placer experimentado al armar, como un complejo mecano, los entramados que le darán fuerza? ¿Los acontecimientos paralelos que te recuerda uno u otro trabajo? Hay libros más pensados que otros o más elaborados. Es así.

Historias de los injustamente olvidados

Tengo tendencia a dejarme cautivar por hechos o personas que fueron injustamente olvidados. Muchas veces, leyendo el diario descubrí disparadores magníficos. Otras, como me gusta la historia, brotan ideas ante un acontecimiento que pasa inadvertido en los libros. Así pasó con “Una tal Pancha Hernández”, joven heroína que acompañó al General San Martín en el cruce de los Andes. El Libertador no quería mujeres en la caravana, pero ella se filtró a pesar de la negativa de su marido, uno de los granaderos puntanos del Ejército Libertador, y del gran jefe. No se conoce su nombre real. Podemos suponer que se llamaba Francisca, pero no lo sabemos. Y Hernández era el apellido de su esposo. Una vez más, la injusticia. Afortunadamente, el General Benjamín Espejo mencionó su bravura, y su negra trenza resaltando sobre un poncho escarlata en una crónica.

Escribir sobre esos temas me produce regocijo. Me hace sentir, ingenuamente, que borro en ínfima medida el cono de sombra que se extiende sobre ellos. Con “Territorio de conquistas” rescaté un hecho inexplicablemente olvidado. Una rebelión criolla en Villa de Pocho, Traslasierra, que dio origen al primer documento jurídico pre revolucionario, el llamado “Pacto de los Chañares”, por el cual los vecinos exigían a las autoridades coloniales poder elegir sus propias autoridades, sin que figurasen extranjeros. Un acto supremo de arrojo. Duró poco el sueño reivindicatorio.

Las mujeres escritoras

La literatura es buena o no tanto, más allá de quien la escriba. Hoy tenemos un caudal enorme de libros escritos por mujeres. De hecho, lideran en este momento el podio literario latinoamericano varias jóvenes autoras. Esto en el campo narrativo. En poesía, desconozco si ocurre algo semejante.

¿Cómo son las mujeres que te inspiraron para crear tus obras?

Distintas entre sí. Algunas comparten un mismo período histórico; otras, el doloroso olvido al que fueron destinadas. No es mi propósito crear personajes de bronce. Durante la pandemia escribí relatos breves sobre un puñado de mujeres que fueron protagonistas inesperadas. Las llamé “musas” porque eso fueron en realidad. Musas inspiradoras de canciones que brillaron y seguirán brillando en el cancionero musical latinoamericano. Si publico alguna vez este trabajo llevará por título “Musas porque se les canta”. Están allí Alfonsina Storni, Juana Azurduy, Mercedes Strikler (Merceditas), Marta Haffner (La oma), Eulogia Tapia (La pomeña), Rosarito Vera, y otras.

¿Reconoces a algún escritor como tu fuente de inspiración o tu guía?

No podría precisar uno en particular. Las influencias sin duda existen. Sin querer, o queriéndolo, fui forjando un estilo propio, esmerándome por no caer en cómodas repeticiones. Me gustan las biografías, los relatos heroicos, los mitos, la naturaleza. Una crónica periodística bien escrita me conmueve profundamente, por ejemplo.

¿Qué proyectos siguen en tu carrera de escritora?

¡Quién lo sabe! En todos estos años en que me di el gusto de contar las historias que quiero, no especulé sobre lo que iba a venir. Llegaban, burbujeantes, las ideas y me ponía en marcha. Ojalá sobreviva esa modalidad en días sucesivos.

¿Cuál es el panorama y qué opinas del mundo de la literatura en Córdoba tal cual se desarrolla y difunde actualmente?

Sería arrogante de mi parte dar un diagnóstico de esa naturaleza porque lo desconozco. Me informo un poco de lo que se produce por los medios, pero es limitado mi caudal informativo en ese sentido. Sí puedo decir que me alegra comprobar que, en cada pueblo, ciudad o localidad de esta provincia, hay movimientos culturales importantes.

Fuentes: Redacción Hechos Media (Suplemento especial “El refugio de la cigarra” – Edición impresa, marzo 2021)

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