Por Chino Serrano
La mañana aún descansa en la bruma esperando que los primeros rayos del sol la despierten. Parece oculta pero no lo está, solo juega a las escondidas con aquellos que, aunque tengan los ojos abiertos, no la pueden ver. El vuelo rasante de los teros, el conventillo de las loras, el arrullo de palomas entre tantas otras melodías, le dan su voz al amanecer. El canto de los pájaros son canciones escritas en el viento, viajeras compañeras de almas amanecidas. Como todo aquello que no tiene precio, lo debemos pagar con tiempo y dar gracias por su generosidad al universo.
Con el paso de los minutos el sol me abriga, me encandila y le devuelve el color a la naturaleza que la noche le quito. Las luces inaugurales despiertan en el rocío de la hierba, brillos. Como constelaciones de estrellas sobre la tierra, son un buen presagio para el día que comienza. Con los primeros mates se termina de marchar el recuerdo de los sueños y el humo de la pipa me brinda la calma para entrar en consonancia con el entorno. Trato de mimetizarme y no puedo, el ego y la soberbia son muy fuertes. Aun así, encuentro paz. No la paz que nace por la ausencia de guerra sino aquella que me solaza por no abandonar la lucha. Entre mi soliloquio matutino recuerdo a los que se han ido y su tenue reflejo de momentos vividos.
La mañana avanza hasta perderse en el paso de las horas y es que la vida no se mide en tiempo porque solo se vive en el presente. Parece que hubiera sido ayer cuando me anoticié de tu fallecimiento.
En realidad, fue hace dos años y la verdad parece que fuera hoy. Está vigente la impotencia ante los dictámenes del destino, esos que decidieron que «Gurí» haya partido temprano. Daniel “Gurí” Contrini, a parte de mi amigo, era una buena persona, un músico excelente, guitarrista, autor, compositor, arreglador, músico de sesión, cantante. Un pertinaz autodidacta y maestro, un estudioso del sonido que dejó la huella de su talento innato por los caminos andados. Además, era un embajador artístico de nuestro pueblo.
Son variados los eufemismos que utilizamos para hablar de la muerte, para alivianar lo inexorable de su condición, pero siempre sigue conservando su significado. Ya está con dios, dejó de sufrir, partió, son algunos de los autoconvencimientos esgrimidos para no caer en la cuenta de una ausencia. Más allá de cualquier consuelo las cosas dejan de estar presentes y, sin importar el credo, dogma o filosofía que practiquen, esto nos causa dolor y tristeza. La muerte nos pone los pies en la tierra por momentos y nos muestra la realidad más cruda sin tapujos. No podríamos cargar con la conciencia de todo lo que deja de existir a cada minuto. El precio de reconocerla sin mentirnos sería la locura, y es que hay mucha soberbia en la creencia de que no podemos dejar de vivir, lisa y llanamente, como todas las cosas.
Mueren los insectos y las estrellas, muere la tarde y también muere el amor, hasta la espera más larga termina. Sin embargo, la muerte no nos conmueve sino su significado. Todo concluye en el universo ante nuestra percepción indiferente en pos de ser felices; sólo en contadas ocasiones permitimos que nos afecte a través de lo que para nosotros significa. Mueren muchos niños de hambre en el mundo y esta situación no nos afecta mientras la mantengamos apartada de nuestra realidad. Mientras podamos tomar distancia o incorporarla como un dato estadístico o como la voluntad de dios, pasará a ser parte de nuestra cotidiana vida.
Pero todo cambia cuando se trata de un ser querido, es ahí cuando adquiere su real significado y nos topamos con que la muerte no la padece quien fallece sino los que valorábamos su vida. Esto no deja de hacerme sentir egoísta porque pienso en el sufrimiento o el dolor padecido por mí más que en el final de una vida. Es que en las grietas de todas estas contradicciones están las razones por las cuales despertamos en las mañanas. En la inconsistencia de nuestras creencias yace la fuerza para solventarlas; en la ignorancia, nuestra ambición de respuestas; y en la muerte descansa nuestro afán por seguir vivos.
El camino hacia la vejez tiene su precio y no se trata de canas y arrugas, más bien tiene que ver con la entereza con que llevamos el recuerdo de los seres que amamos, aquellos que le dieron significado a nuestra vida, aquellos que se hacen presentes en nuestros sueños, en la evocación cotidiana, que habitan nuestra memoria y nos hacen mejores personas, el precio de la vejez está en madurar con dignidad y con dignidad asumir nuestro destino.
A todos nos cuesta hablar de la muerte y son nuestros muertos los que nos siguen enseñando a hacerlo.

Chino Serrano es un reconocido músico, autor y compositor, productor artístico, escritor y maestro de guitarra de Villa del Rosario. Durante toda su carrera formó parte de distintas agrupaciones como guitarrista y bajista. En 2012 presentó el álbum Barro, con el dúo folclórico Marco Serrano, bajo el sello Universal Music. En 2017 participó como arreglista y guitarrista en la producción musical del material discográfico de Magalí Rosales. En 2019 publicó Guitarra Básica, Didáctica experimental, un libro donde recupera y sintetiza su experiencia como profesor en su taller de música “El Chunkano”.