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El accidente vial

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Hoy quiero dejar una reflexión: ¿Por qué seguimos naturalizando la tragedia vial?

Cada fin de semana, las rutas de Córdoba se convierten en escenario de tragedias evitables. Los titulares se repiten con una frialdad escalofriante: “Otro accidente fatal”, “Murieron dos personas en la ruta”, “Choque múltiple en la autopista”. Y mientras las estadísticas crecen, pareciera que no logramos hacernos la pregunta más básica y urgente: ¿Por qué siguen ocurriendo tantos accidentes viales?

El tránsito se ha vuelto sinónimo de riesgo, vale la pena detenernos —al menos desde la palabra— para reflexionar. ¿Tan difícil es comprender el valor de una vida? ¿Qué ocurre en nuestra conciencia cuando, al subirnos a un auto, a una moto o simplemente al cruzar una calle, no dimensionamos lo que está en juego?

Un accidente de tránsito no solo deja víctimas fatales o heridos. Detrás de cada siniestro hay un entramado profundo de consecuencias: físicas, económicas, emocionales. Un segundo de distracción o imprudencia puede arruinar años de esfuerzo, destruir familias enteras y dejar huellas que ni el tiempo logra borrar.

La principal causa no es el asfalto: somos nosotros.
No es la lluvia. No es la ruta. No es el otro. Es la decisión de manejar con el celular en la mano, de no dormir y conducir igual, de pasarse una curva sin reducir la velocidad, de subestimar al volante como si fuera un juego, de manejar alchoholizado. La mayoría de los siniestros no son accidentes: son actos evitables que derivan en consecuencias devastadoras.

Lo veo todo el tiempo. Pero también lo vivo desde mi rol. Como Productora Asesora de Seguros, mi trabajo no se trata solo de vender una póliza. Mi desafío es llegar al corazón de cada persona que asesoro, para lograr que realicemos una conducción responsable, por amor a nuestras familias y a nuestro prójimo.

No se trata solo de cumplir normas o evitar multas. Se trata de entender que conducir es un acto de cuidado hacia uno mismo y hacia los demás. Y que cada vez que alguien maneja con imprudencia, no solo pone en juego su vida, sino la de todos los que lo rodean.

Es hora de dejar de naturalizar los muertos de cada fin de semana.
Es hora de frenar, mirar alrededor y asumir que la vida no se recupera.
Es hora de hacer lo correcto aunque nadie mire, porque el verdadero respeto no necesita testigos.
Y es hora de entender que la prevención no es una obligación ajena, sino una responsabilidad personal, diaria y urgente.

La tragedia vial no es inevitable. Lo que falta es conciencia.
Y eso, igual que una buena conducción, se elige todos los días.

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