La salud mental encuentra en la inteligencia artificial una ayuda accesible, aunque no exenta de riesgos
En tiempos donde el acceso a terapia profesional resulta limitado o inaccesible, la salud mental se ha convertido en un terreno donde la inteligencia artificial (IA) gana protagonismo. Aplicaciones como ChatGPT o Pi, que inicialmente se pensaron para asistencia general, hoy funcionan como espacios de contención para quienes atraviesan momentos de soledad o angustia emocional.
Oded B., estudiante en Tel Aviv, comenzó a interactuar con estas plataformas en un contexto académico, pero pronto derivó en una forma de desahogo personal. “Hablé sobre una ruptura, mis miedos, y sentí una respuesta empática”, relata. Destaca la disponibilidad permanente y la sensación de no ser juzgado. En un contexto global donde, por ejemplo, en Reino Unido más de un millón de personas aguardan tratamiento psicológico, este recurso se vuelve una alternativa de emergencia.
Para el doctor Yarden Levinsky, de la red de salud israelí Clalit, la IA puede extender la oferta de ayuda, sobre todo en regiones sin profesionales disponibles. Sin embargo, advierte que estos bots no reemplazan la terapia: carecen de confrontación crítica, y pueden reforzar la complacencia. Además, el uso masivo y la falta de regulación plantea un desafío ético central: los datos emocionales son gestionados por empresas privadas, sin límites claros ni protección al usuario.
El impacto potencial —por alcance y ausencia de control humano— exige una regulación urgente. Tal como las redes sociales alteraron la comunicación y el comportamiento colectivo, la IA podría reconfigurar la relación con nuestra vida emocional. El peligro reside en que lo haga bajo criterios de rentabilidad, no de cuidado.