En el Día del Canillita, Gabriel Ñañez recuerda cómo mantuvo vivo el oficio que heredó de su abuelo y marcó al pueblo
Gabriel Ñañez, vecino de Santiago Temple, mantuvo viva una tradición familiar que marcó la historia del pueblo: la del canillita que todos esperaban cada mañana.
En el Día del Canillita, conversamos con Gabriel, quien heredó el oficio de su abuelo y lo sostuvo durante décadas, manteniendo viva una parte entrañable de la vida cotidiana en Santiago Temple.
—Gabriel, hoy se celebra el Día del Canillita. ¿Qué significa para vos este día, considerando que heredaste el oficio de tu abuelo?
Este día tiene un valor muy grande. Como decían los herederos de mi abuelo, el oficio del canillita es una forma de sembrar amistades. Recibo muchísimos saludos por redes y mensajes cada 7 de noviembre, y eso me emociona, porque significa que algo bueno dejé en la gente.
—¿Recordás cómo fue tu primer contacto con esta profesión?
Sí, perfectamente. Empecé de chico, acompañando a mi abuelo en los repartos. Recuerdo un domingo que salimos juntos para conocer el recorrido y los clientes. Con el tiempo, ya en 1997, quedé fijo con el reparto diario, después de que tuvo que operarse de la vista y él necesitaba ayuda.
—En un mundo cada vez más digital, ¿cómo es mantener viva una tradición como la del canillita en un pueblo como Santiago Temple?
Fue difícil. El avance digital hizo que bajaran mucho las ventas y que la gente lea menos. Pero los más grandes seguían prefiriendo el diario en papel. Yo repartí hasta hace poco, hasta que la impresión dejó de hacerse en Córdoba y se trasladó a Santa Fe. Ya no llegaban los diarios a tiempo y tuve que dejarlo, aunque me costó mucho.

—¿Qué cosas se mantienen iguales desde la época de tu abuelo y qué cambió completamente?
Lo que sigue igual es el reparto casa por casa y el cariño de la gente. Lo que cambió es el ritmo: antes, a las 5 de la mañana, muchos ya esperaban el diario; ahora, la vida es distinta, la gente arranca más tarde.
—Más allá de repartir diarios, el canillita siempre fue un comunicador cercano. ¿Sentís que seguís cumpliendo ese rol?
Sí, siempre lo sentí así. Uno, al andar tanto por las calles, se convierte en parte de la comunidad. Escuchás, acompañás, llevás las noticias. Aunque con la caída de las ventas ya no hay tanto contacto, ese vínculo humano es algo que siempre voy a valorar.
—¿Cómo fue continuar con la posta familiar?
Seguir con la posta fue algo muy lindo, un orgullo. Mi abuelo me enseñó mucho, sobre todo a tener respeto y responsabilidad. Pude mantener su legado hasta el último día que hubo diarios para repartir.
—¿Cómo imaginás el futuro del oficio del canillita?
Sinceramente, creo que el oficio como tal ya no tiene futuro en los pueblos. En las ciudades grandes todavía resiste, pero en lugares como el nuestro ya quedó en el recuerdo. Aun así, me gusta pensar que la historia de los canillitas no se va a olvidar.
—Si tu abuelo pudiera verte hoy, ¿qué creés que te diría?
Estaría contento. Vería que hice las cosas con compromiso, como él quería. Que entregué cada diario temprano, que seguí su camino y que mantuve la tradición familiar hasta donde pude.
“El oficio del canillita me enseñó mucho. No solo a repartir diarios, sino a escuchar, a aprender de la gente y a valorar cada amanecer.” —Gabriel



