Cordobés por adopción, hizo historia con las camisetas de Vélez y Talleres gracias a su elegancia, talento y tremenda pegada
Murió el Daniel de los estadios. Uno de los ídolos más grandes de Vélez y de Talleres de Córdoba. Un exquisito del fútbol argentino. Aquel cuyo pase Ringo Bonavena pagó de su bolsillo en 1972 para darse el gustazo de verlo jugar con la casaca de Huracán. La muerte de Daniel Alberto Willington a los 83 años de edad en su Córdoba natal sorprende por lo inesperada y duele como duele la partida de los grandes cracks de fútbol de todos los tiempos.
Finísimo, elegante, dueño de pegada despampanante capaz de cambiar la pelota de frente y ponerla en el pecho de su compañero y notable ejecutor de pases gol y tiros libres, los viejos hinchas de Vélez que lo disfrutaron entre 1962 y 1971 y brevemente en 1978, decían que guardaba tanto fútbol que se le escapaba de sus pies. No entendía el juego como un sacrificio y por eso, también era lagunero, discontinuo. A veces, se tiraba contra las rayas y desde ahí, por lo general del lado donde daba la sombra, manejaba los partidos. A golpes de talento puro.
Nacido en Guadalupe (Santa Fe) el 1º de septiembre de 1942, se hizo cordobés por adopción cuando su padre, Atilio Willington, fichó para Talleres en 1949. Daniel siguió sus pasos y diez años más tarde, el 27 de mayo de 1959, firmó para la entidad de barrio Jardín. Debutó oficialmente en Primera el 7 de junio de ese año, con apenas 16 años y en 1962, aconsejado por Victorio Spinetto, don Pepe Amalfitani, el mítico presidente de Vélez, se lo llevó a Liniers. Allí jugó 212 partidos, marcó 65 goles y con su calidad, llevó de la mano al equipo que ganó el primer título de la institución, el Nacional de 1968. A su lado, Carlos Bianchi arrancó su extraordinario periplo como jugador y goleador.
En 1971, Willington se fue al Veracruz de México y un año más tarde, Bonavena le donó ocho millones de pesos de aquellos tiempos a su Huracán para que viniera a jugar a Parque Patricios. Pero su ciclo resultó breve (apenas ocho partidos) por su genio rebelde y sus pocas ganas de entrenarse. En 1973, Instituto lo tomó en préstamo para disputar su primer Nacional y ahí también brilló poniéndole pases gol a un juvenil Mario Kempes.
En 1974, Ángel Labruna lo convenció de volver a calzarse la casaca albiazul de Talleres. Y viniendo desde el banco y jugando siempre en puntas de pie, integró esos grandes equipos que animaron los Nacionales de 1974 a 1976. En total, disputó 168 partidos, marcó 66 goles y conquistó 17 títulos en sus dos ciclos en el club. Su vínculo era absoluto: “Es que yo soy Talleres. Mi familia lo es”. También dirigió a la «T» en uno de sus ascensos a Primera en 1994. Su campaña total como jugador abarcó 263 encuentros y 68 goles solo en torneos de AFA. Pero las emociones que desparramó son incontables. Daniel Willington fue un crack. Pura elegancia y buen gusto. Talento argentino con acento cordobés.



