Algunos pueden pensar que soy masoquista, que me gusta sangrar por la herida, hacerme la víctima o creer que soy el único que sufrió por amor. Yo sólo quería volver acá, frente a la Iglesia, que ironía, acá pensábamos sellar nuestro amor, pero fue frente a la Iglesia, sentados en este mismo banco en el que estoy sentado, que me dijiste adiós.
Tu voz tembló al decirlo y mis manos buscaron las tuyas, pero las rechazaste, como así también cada una de mis palabras que te dije ese día. Palabras sinceras que brotaban de mí ser como si las hubiese estudiado, pero la verdad era que ni me esperaba, que esos labios que hasta hacía poco me besaban, me dijeran adiós. Tuve que improvisar, aunque todo lo que sentía tenía mucho para decirte, me escuchaste con desgano, como queriendo terminar lo antes posible aquella charla. Mis lágrimas también se expresaron aquella tarde en esta plaza. Eran sinceras, el dolor no se comparte cuando te dejan, se te queda en vos para que lo intentes digerir en los siguientes veinte, treinta años. No lo sé, en un libro había leído que los que mueren de amor, se convierten en ángeles que luego se dedican a unir personas, pequeños cupidos que deambulan por ahí tirando flechazos al azar, persiguiendo parejitas por los parques tratando de unirlos para siempre. Pura fantasía. ¿El cupido que nos había unido se habrá arrepentido? Porque aquella tarde en esta misma plaza vos me dijiste adiós. Y yo morí, no solo de amor, sino que empecé a desplazarme por la ciudad como un ente, como un alma en pena, recorriendo lugares comunes, calles que caminamos juntos y bares donde reímos a carcajadas aquellos hermosos años.
No es la primera vez que vuelvo a este lugar, pocos meses después de aquella tarde vine hasta aquí, no vine solo, traje un arma para intentar ponerle fin a mi dolor, pero no pude.
Hoy también tengo un arma, un arma diferente, pero no para calmar mi dolor. Veo a aquellas dos personas que están más allá, en otro banco y sé que se amarán un rato y después, uno de los dos, como vos aquella vez, quizás aquí en este mismo lugar, le dirá adiós para siempre, y el otro, quedará con el corazón roto, buscando ponerle fin a su dolor, y quizás cometa el mismo error que yo, venga a este mismo lugar y crea acabar su dilema con un disparo. Lo único que espero es que pases por acá, por este lugar donde me dijiste adiós. En el más allá también se sufre por amor, ¿Sabes? por eso, lo único que desearía en este momento es que aparezcas desde cualquiera de las cuatro esquinas, para verte una vez más y que puedas verme, me quedan tan lindas estas alas, hacen juego con el arco y con las flechas.
Fuente: Alejandro Bustos – Chesta